Conciliamos los valores humanistas y animalistas, y nos enfocamos en tres ámbitos: (1) Promover la cultura de protección y del trato ético a los animales, (2) las terapias y actividades asistidas con animales, y (3) la prevención de la violencia interrelacionada.
La especie humana ha evolucionado gracias a su particular vínculo con otras especies animales, pero al irse rompiendo esta conexión, la humanidad se ha convertido en una especie muy violenta: El ser humano se ha escindido de la Naturaleza y se ha puesto en guerra contra la Madre Tierra, contra las demás especies animales, contra otros seres humanos e incluso contra sí mismo.
Por eso planteamos la urgencia de sustituir el paradigma antropocentrista y especista que ha dominado durante siglos, por un nuevo paradigma “humanimalista” que promueva la reconciliación y reconexión del ser humano con los animales, camino necesario para construir una sólida cultura de paz y de verdadero progreso social.
La conexión animal ha contribuido en la evolución de nuestra especie
La paleoantropóloga estadounidense Pat Shipman (autora del libro The Animal Connection: A New Perspective on What Makes Us Human) afirma que la estrecha conexión con los animales contribuyó beneficiosamente en la evolución de la especie humana, estimulando nuestras habilidades cognitivas, empáticas y comunicacionales. La Dra. Shipman reafirma que nuestro amor por los animales es algo innato y claramente humano, revelando que el proceso de domesticación no sólo cambió a los animales, sino que también tuvo un impacto rotundo en nosotros.
En una entrevista publicada en The Guardian, la Dra. Pat Shipman declaró que:
«La tendencia más larga y duradera en la evolución humana ha sido una intensificación gradual de nuestra participación con los animales [...] Pero ahora nuestro mundo se está urbanizando cada vez más y estamos teniendo cada vez menos contacto con ellos. Las consecuencias son potencialmente catastróficas.» [1]
El ser humano desconectado
Durante el largo periodo paleolítico, el género humano tuvo una relación de equilibrio con su entorno natural.
El historiador chileno Luis Vitale (1927-2010), escribió sobre la conducta de nuestros ancestros durante la era paleolítica:
«Esta era - que constituye más del 99% de la historia de la humanidad - está caracterizada por la integración a la Naturaleza de los pueblos recolectores, pescadores y cazadores. Estos primeros hombres se adaptaron al medio, sin afectar la autorregulación del ecosistema. No destruían masivamente las selvas ni las plantas. No exterminaban las especies animales, sino que consumían las que eran imprescindibles para su subsistencia. Su dieta se hacía a base de lo que proporcionaba el medio natural. […] Tenían otros valores y otra etología con respecto a la Naturaleza.» [2]
En esta etapa, nuestros antepasados se integraron a la ecósfera y mantuvieron una relación de respeto y hasta de veneración por las demás especies animales y por la Naturaleza en general (conducta y cosmovisión que todavía practican algunos pueblos originarios). Pero hubo una gran ruptura del hombre con su entorno con la llegada de la revolución neolítica (en la que aparecen la agricultura y la ganadería) hace unos 10.000 años, y la desconexión se profundizó muchísimo más con el surgimiento de la revolución industrial hace apenas unos 200 años.
El naturalista español Félix Rodríguez de la Fuente (1928-1980) señaló cómo de la domesticación de animales se pasó a la domesticación (esclavitud) de otros seres humanos:
«Esta corriente cultural empezaría por arrastrar al animal prehistórico de sus costumbres ancestrales, transformándolo de salvaje e inaccesible, en dócil y doméstico (y acabando por imponer) el látigo y la cadena. La cadena y el látigo sometieron al ser humano al mismo nivel que el ganado que trabajaba la tierra. […] Y en plena orgía de domesticación el hombre domesticó al propio hombre. Un profundo abismo separó lo salvaje de lo doméstico: lo libre de lo que tenía dueño. El hombre rompió el cordón umbilical que le unía a la madre Naturaleza.» [3]
La ruptura del hombre con las demás especies animales y la madre Naturaleza lo llevaron a ser explotador y depredador del hombre mismo.
Al filósofo griego Pitágoras (siglo VI a.C.) se le atribuye esta frase tan contundente:
«Mientras los hombres sigan masacrando a sus hermanos los animales, reinará en la tierra la guerra y el sufrimiento y se matarán unos a otros, pues aquel que siembra dolor y la muerte no podrá cosechar ni la alegría, ni la paz, ni el amor.»
Muchos siglos después, el periodista alemán Edgar Kupfer-Koberwitz (1906 –1991) escribió, estando prisionero en el campo de concentración de Dachau, lo siguiente:
«Yo creo que los hombres continuarán matándose y torturándose los unos a los otros mientras maten y torturen a los animales. También habrá guerras porque hay que entrenar y perfeccionar la matanza en objetos más pequeños, moralmente y técnicamente.»
También el filósofo alemán Theodor Adorno (1903 – 1969) entendió la relación entre la desconexión con los animales y la deshumanización. Por ello afirmó que:
«Auschwitz empieza dondequiera que alguien mira un matadero y piensa: son sólo animales.»
El ser humano, además de explotar a los animales y a otros seres humanos, de igual forma ha declarado la guerra a la Madre Tierra, a quien dejó de honrar para someterla y explotarla, causando grandes ecocidios. Hablamos de “Madre Tierra” porque consideramos que nuestro planeta es un súper organismo que se autorregula para permitir la vida en su biósfera, tal como lo sostiene la Hipótesis Gaia [4] del científico James Lovelock, que confirma la cosmovisión de muchos pueblos ancestrales que honran a la Tierra como un gran ser vivo y dador de vida.[5] La Madre Tierra puede vivir sin los seres humanos, pero los seres humanos no podemos vivir sin Ella.
La sabiduría ancestral de los pueblos originarios nos recuerda esa profunda y maravillosa verdad, tal como la transmitió el Gran Jefe Seattle:
«Lo que les sucede a los animales, les sucederá luego a los hombres. Todo está estrechamente unido [...] La Tierra es nuestra madre, todo lo que le pase a la Tierra, les sucede a los hijos de la tierra. Si los hombres escupen sobre la tierra, se escupen a sí mismos. Esto es lo que sabemos: la Tierra no pertenece al hombre; es el hombre el que pertenece a la Tierra.» [6]
La desconexión del ser humano con los demás animales y con la Madre Tierra, también lo ha llevado a dirigir la violencia contra sí mismo: Profundos desequilibrios internos como neurosis y trastornos lo atormentan; y ejerce conductas autoagresivas tales como alcoholismo, tabaquismo, drogadicción, ingesta de comida chatarra y otras sustancias tóxicas, desórdenes alimenticios, sedentarismo, etc.
El paradigma antropocentrista y especista
El antropocentrismo asume que los humanos son los únicos seres que deben ser objeto de consideración moral y que sus intereses deben anteponerse a los intereses de los animales no humanos. En pocas palabras, la posición antropocéntrica señala que el ser humano está por encima de las demás especies animales, y que el resto de la naturaleza (atmósfera, aguas, tierras, flora, fauna, etc.) es solamente importante en la medida que le sea útil.
El especismo es una discriminación arbitraria en función de la especie, comparable con el racismo (discriminación en función de la raza) o el sexismo (discriminación en función del sexo). El especismo considera a los animales no humanos como simples cosas. Esta postura deriva del pensamiento antropocentrista. El término especismo es la adaptación a nuestro idioma de la palabra inglesa “speciesism”, acuñada en 1970 por el psicólogo Richard Ryder.
El diccionario de la Real Academia Española define al “especismo” como “discriminación de los animales por considerarlos especies inferiores. / Creencia según la cual el ser humano es superior al resto de los animales, y por ello puede utilizarlos en beneficio propio.”
Los avances en los campos éticos y científicos han venido minando estos prejuicios narcisistas y retrógrados del paradigma antropocentrista-especista que ha dominado por siglos y que nos ha conducido a una época muy peligrosa, en la que la humanidad amenaza toda la vida del planeta incluyendo su propia supervivencia como especie.
Hacia un paradigma “humanimalista”
Creemos que el humanismo y el animalismo pueden y deben conciliarse. El animalismo es un humanismo, porque el ser humano es otro ser sintiente como los demás animales no humanos.
Peter Singer afirmaba, en su libro Liberación Animal (1975), que:
«La idea de que los "humanos están primero" se utiliza más a menudo como excusa para no hacer nada por los animales humanos ni por los no-humanos que como una verdadera elección entre alternativas incompatibles. Porque lo cierto es que aquí no hay incompatibilidad alguna».
Nos permitimos hablar del paradigma “humanimalista” como una cosmovisión enfocada en el rescate de la conexión humano-animal.
El “humanimalismo” fomenta valores como la tolerancia, el respeto, la no-violencia (ahimsa [7]), la consideración moral más allá de la especie, la empatía hacia todos los seres sintientes, la lucha simultanea por los Derechos Humanos y por los Derechos Animales.
Los humanimalistas creemos en la reconciliación del ser humano con la Madre Tierra, con las demás especies animales y con la Humanidad. Todo está conectado.
NOTAS:
[1] «Love of animals led to language and man's domination of Earth». The Guardian. 2 de octubre de 2011.
[2] Vitale, Luis (1991). «Historia de nuestra América. Los pueblos originarios.» Centro de Estudios Latinoamericanos, Santiago de Chile: Ediciones CELA. ISBN 9567172012
[3] «La ganadería: de la dominación animal a la dominación humana». [europaindigena.com].
[4] La hipótesis de Gaia, formulada en los años 70 por el químico británico James Lovelock y la bióloga estadounidense Lynn Margulis, sostiene que todos los procesos físicos y biológicos que se dan en la Tierra están profundamente interconectados y forman un complejo sistema sensible y capaz de autorregularse.
[5] También la organización de las Naciones Unidas, a través de la Resolución 63/278 de la Asamblea General, ha reconocido a la Madre Tierra como "una expresión común utilizada para referirse al planeta Tierra en diversos países y regiones, lo que demuestra la interdependencia existente entre los seres humanos, las demás especies vivas y el planeta que todos habitamos", y a su vez establece el 22 de abril como el Día Internacional de la Madre Tierra.
[6] Extracto de una carta del Jefe Seattle de la tribu dewamish, escrita en 1855, al “Gran Jefe de Washington” Franklin Pierce (presidente de los Estados Unidos durante el periodo 1853 – 1857).
[7] El Ahimsa es una palabra sánscrita que se puede traducir como “no violencia”. Es una filosofía que predica y practica el respeto hacia todos los seres sintientes, y está presente en antiguas tradiciones como el budismo, el hinduismo y el jainismo. Líderes históricos como Mahatma Gandhi o Martin Luther King lo usaron en sus luchas por la libertad y los derechos civiles.
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